4 mar 2010

::Mis frikadas:: El príncipe de hielo

Esta mañana he hecho algo que me encanta, rescatar mis antiguas carpetas de la facultad para recordar mis antiguos trabajos. Así me he topado con unas láminas que hice para la clase de serigrafía basándome en uno de mis cuentos. Este cuento no es tan divertido como el relato de el día que maté a Godzilla, el estilo es diferente ya que cuando lo escribí acababa el último curso de carrera y estaba un poco deprimida por tener que irme. Llamadme rara si queréis, sé que cualquier estudiante querría acabar cuanto antes con los exámenes y trabajos de clase, pero es que yo me lo pasaba en grande todo el día comida de manchas de pintura, y no todos los estudiantes tienen la oportunidad de trabajar con modelos desnudos jijiji.
Las láminas son algo más grandes que un formato A3 así que he tenido que hacerles fotos, tendréis que disculpar la calidad de la imagen. Para los que no conozcan la técnica de la serigrafía os diré que se trabaja con una pantalla, es un bastidor con una especie de tela en la que gracias a una pasta fotosensible (sensible a la luz) se puede transferir el dibujo que queremos. Es la misma técnica que se utiliza para la estampación de camisetas, aunque en los talleres de serigrafía utilizan máquinas más modernas que las de la facultad (o lo hacías a mano o nada).
La dificultad de este trabajo era que lleva textos en la imagen y en las plantillas previas para la solarización tenía que escribir al revés. La letra no me quedó del todo mal, teniendo en cuenta eso.
Utilicé una base de acuarelas para los fondos y sobre eso estampé el resto de colores en serigrafía. Espero que os guste el resultado y el cuento.

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El invierno había llegado mientras la aldea dormía. Era una mañana fría, pero como todas las mañanas la pequeña niña se levantó de la cama con los ojos medio cerrados y el pelo revuelto. Las zapatillas estaban heladas, pero no le importó. Después de vestirse fue a la cocina a desayunar, el olor de las tortitas inundaba la casa. Saludó a su madre, que desde bien temprano tenía el fogón encendido, la casa limpia y todo en orden. Su padre también estaba allí, llevaba la ropa de campo y se quejaba de la inesperada helada que los había sorprendido por la noche, temiendo que la cosecha se hubiese echado a perder. Después del desayuno salió de casa de la mano de su padre, que todas las mañanas la acompañaba hasta el páramo donde estaba la escuela, la despedía dándole un beso en la frente y algunos días metía la mano en el bolsillo y le regalaba uno de esos caramelos tan dulces que a ella le gustaban tanto.


Desde su pupitre escuchaba atenta la explicación de la profesora. No tardó mucho en aburrirse, de modo que con disimulo sacó un pequeño libro de hojas medio rotas y amarillas y empezó a leer. Siempre le gustaron los cuentos, podía pasar horas leyendo incluso a veces, si la historia le gustaba mucho, se olvidaba hasta de comer. Entonces su imaginación, todavía despierta, soñó con un bonito vestido, un baile, unos zapatitos de cristal y lo más importante, el príncipe azul. Su madre siempre decía que los príncipes no eran azules y que sólo se casaban con las princesas, no con las campesinas. Pero a pesar de todo ella seguía creyendo que algún día conocería a su príncipe, se casarían, vivirían felices y comerían perdices como en todos los finales de todos los cuentos.


Después de clase, ya por la tarde, volvía a casa canturreando alegre por el sendero del bosque, que estaba blanqueado por la nevada. De repente algo llamó su atención. Entre los árboles, alejado del camino, algo brilló con timidez. Se acercó con cuidado y curiosa por ver qué era. Se acercó más, un poco más… y sus ojos se abrieron de sorpresa al encontrar por fin a su príncipe. Estaba allí de pie, con su capa y su corona, alto y solemne como un rey. Pero no se movía, estaba tan quieto como una roca y muy pálido. Lo miró con extrañeza y pensó que tal vez fuese un príncipe mudo, o que quizás no hablaba por la emoción de encontrar a la doncella más hermosa del reino. Ella le saludó, pero él no contestó. Creyó que su príncipe era demasiado tímido así que se sentó a sus pies para mirarle durante horas. Cuando se quiso dar cuenta el sol ya estaba bajo y a punto de besar la tierra. Los nervios la hicieron levantarse pues sabía que sus padres ya la estarían buscando. Le dijo al príncipe que debía irse y que la esperase al día siguiente junto al claro, pero él seguía sin moverse y sin querer hablarle. La niña no podía demorarse más y tuvo que volver a su casa.


Al día siguiente, después de clase, regresó al claro en busca de su príncipe. Suspiró con alivio al comprobar que él había vuelto. Ella le habló sobre su familia, su profesora y sus libros y él la escuchaba atento sin media palabra alguna. Día tras día la pequeña niña acudía al claro para estar con él, tenía la esperanza de que algún día le hablase para pedirle matrimonio. Así paso el invierno, las tormentas de nieve, las ventiscas y los días de sol en los que sus amigos bajaban al prado a jugar con los trineos mientras ella hacía compañía al príncipe. Hasta que al fin llegó la primavera arrancando de las ramas de los árboles los primeros brotes y desheló los caminos.
Con una sonrisa ilusionada, como todos los días, la niña llegó al claro pero para su horror el príncipe no estaba. Lo buscó desesperada por todas partes, le llamó a voz en grito, pero él no apareció. Llorando regresó al claro donde tantas tardes había pasado junto a su príncipe amado. Entonces se dio cuenta de que en el suelo había un enorme charco de agua. Se echó a llorar junto al charco, sola y rota por la desilusión de haber perdido a su príncipe amado pues sus sueños se habían derretido para siempre junto a su príncipe de hielo.


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Y colorín colorado, el cuento de hoy se ha terminado.


2 comentarios:

  1. Que ilustraciones más bonitas guapa!!!

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  2. No sé qué me emociona más, si lo de las ilustraciones bonitas o lo de guapa :P

    Muchas gracias por los dos cumplidos :D

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